Sales del Metro de Moncloa, subes la calle Fernández de los Ríos y… tras pasar la primera manzana, justo en la esquina, ya ves el letrero. Sencillo, puro, atrevido, pero con mucha ternura. Al entrar por la puerta color madera de castillo te quedas sorprendido, un mar de buenas sensaciones inunda tu corazón, que junto con la decoración que abarca las dos estancias, te hace vivir un cuento de hadas y brujas en un lugar inesperado, maravilloso… el sonido de la cascada al borde de la escalera te hace vibrar, sentirte relajado.
Pasas la barra, al fondo te espera un rincón donde la magia se hace realidad: es realmente asombroso pensar que parte del bienestar de las personas que transitan este bosque forma parte de tu trabajo. Te sientes orgulloso, lleno por dentro de saber que todas las noches que entras por esa puerta va a ocurrir algo nuevo e inolvidable. La música que pones llega al interior de las personas allí presentes. Te sientes nuevo por dentro y notas que te sientes arropado al ver que la gente quiere aún más. Lo mismo ocurre con los momentos que vives con tus compañeros de trabajo: bellísimas personas con quien compartes muy buenas experiencias.
Se acerca la hora, sientes la presencia de un amigo, alguien especial… es Mario; con cucharón en mano removiendo la queimada en un caldero gallego; cámaras fotográficas y de video provocan un mar de flashes que inunda por completo este recóndito lugar en uno de los momentos más importantes de la noche.
Llega el momento de cerrar, pero el público quiere más; sientes la impotencia de ver vibrar a la gente una y otra vez (musicalmente hablando) en el último minuto de la noche. Quieres ofrecer más de ti mismo, ha sido una noche espectacular, pero… lo que no sabes es que un nuevo día te espera allí. Los sentimientos vuelven a florecer día tras día ¿te apetece?
Te espero en Bosque das Meigas, un lugar lleno de magia, sentimiento y mucho glamour.
Muchas gracias Nacho.
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